Te
tengo que pedir perdón por ese libro que te di, que es una bomba de tiempo, y
tú y yo lo sabemos, y es injusto y sucio jugar así. Es una bomba de tiempo para
los dos, porque te mirará desde tus estantes atiborrados de volúmenes y te
susurrará en las noches, y tú y tu voluntad de hierro y esa nobleza tuya que me
hace enloquecer se van a resistir quién sabe cuánto tiempo más. Vas a entrar a
tu cuarto y lo pasarás de largo, porque nadie más en el mundo podría hacerlo,
Carlos, tener un libro que te está esperando con un mensaje que mueres por
escuchar, y no tocarlo, y no abrirlo, y no acercarte a él, y es que estoy
segura de que vas a esperar hasta estar listo, carajo, y eso sólo tú lo sabes,
cuándo te vas a cansar de este juego de no estar y finalmente vas a enfrentar
tu pasado. Y una vez más, como Dominique y Roark, me toca sólo esperar, y es
por eso que el libro es una jugada sucia, porque es un gesto de incertidumbre, ¿lo
ves? Roark jamás dudó, estuvo siempre seguro de que Dominique regresaría, y por
lo mismo no tuvo necesidad de ir a colgarle al cuello un ancla, una carta sin
destinatario, con el remitente escrito en letras rojas, que tarde o temprano
tiene que regresar. Me disculpo porque tú y yo nos entendemos, pero siempre he
sido yo la impaciente de los dos. Entendemos que vernos es un peligro y un
regalo, independientemente de qué y cómo hablemos, de lo que digamos, porque
las palabras son lo de menos, lo importante es su presencia, la nuestra. Y esa
certidumbre que flota en medio de nosotros, esa obviedad de la que hablamos sin
hablar de ella. Es como los eufemismos de Sabines, aunque espero curarme de ti
nunca ha sido para ti. Yo espero no curarme de ti nunca, y quererte más de una
semana. Pero es cierto que sabes cómo te digo que te quiero, cómo nos decimos
que nos extrañamos y nos necesitamos y nos pensamos y nos respiramos y nos
dolemos y nos esperamos. Así, caminando sin rumbo fijo por la Condesa, dejando
nuestro trabajo atrás, cuando desaparece la tensión y el estrés de tener que
llegar, porque de pronto nada de eso importa ni existe, ninguna responsabilidad
ni objeción externa ni compromiso, sólo poder andar una cuadra más, y es que
siempre te he querido más cuando no estás, cuando no me miras con esos ojos que
dicen que se te va la vida por mí. Cómo me duele que me quieras tanto, Carlos,
y cuánto quiero que me quieras más. Y eso no hay necesidad de ponerlo en
palabras, y por eso me disculpo por el libro. Porque sé que en ti no hace
ninguna diferencia y que entiendes mi falta de cordura y que necesito ese tipo
de gestos para sentirme segura, pero que tú te mueves en otro tiempo, que para
ti son claras ciertas cosas que a mí me tienen que explicar. Y jamás pensé que
en esto me sentiría tan frágil e incapaz como La Maga, porque he sido yo
siempre el Oliveira de las relaciones, dando las cosas por sentado,
menospreciando a mis magos, resoplando por tener que llevarles siempre de la
mano. Así fui siempre incluso contigo, Carlos. Pero ahora necesito que me
tengas paciencia tú a mí, porque yo te puedo hablar mucho de todo menos de mí,
porque mi entendimiento del mundo ha sido siempre externo y tú tienes esa
maldita intuición que a mí me falta, de entender lo que no se dice, y yo jamás
te he dicho que soy de papel celofán y tú lo entiendes, y entonces necesito que
me perdones esa bomba de tiempo escrita por Murakami, que me lo perdones no por
ti sino por mí, y tal vez un poco por orgullo pero sobre todo porque quería
mantener la poesía de esta espera y no puedo.
No comments:
Post a Comment