Volví
a soñar contigo. Íbamos en un coche, camino a casa de mi madre, y te perdías
entre las calles de Tecamachalco, y te desesperabas, y golpeabas el volante y
apretabas la quijada y te avergonzabas por no poderme llevar. Me mirabas
buscando ayuda y yo no respondía, porque yo quería que te siguieras perdiendo,
Carlos, para poder verte un minuto más. De pronto llegábamos al final de un
camino, a lo alto de un parque. Yo te enseñaba la casa de Daniela Soberón
abajo, entre los árboles, y tú soltabas el volante y gritabas con enojo, por la
impotencia de no encontrar el modo de llegar y ante todo, de no encontrar
respuesta en mí. Sólo aparente indiferencia... Quizás es un poco como nuestra
relación, Carlos, tú siempre buscando la manera, como un demente, de que
funcionase, de que llegásemos a algún lugar. Y no te importaba a dónde, siempre
que llegáramos. Y a mí nunca me importó llegar. Yo te miraba buscar desesperado
las calles, y me reía para mis adentros. Y entonces, en lo alto de esa colina,
en un gesto despistado, tomé entre mis dedos un mechón de tu pelo, y jugué con
él. Bajaste la mirada, y entonces me di cuenta de que no estábamos juntos.
Alejé la mano y me disculpé. Porque entre nosotros un gesto así puede romper
todo el equilibrio que hemos construido estos meses de separación. Cayó sobre
nosotros un silencio, y me sentí culpable, Carlos, porque entiendo que no tengo
derecho de jugar con tu pelo despreocupadamente como hacía Edmond Dantes con el
suyo, porque tocarte es peligroso para ambos y para ese día en que subas a un
edificio en construcción y me digas sin palabras lo que los dos sabemos. Porque
es faltarle al respeto a ese entendimiento mutuo. En mi sueño tomó un instante
cruzar el límite de la obviedad que cuelga entre nosotros como un ahorcado y nos
despierta por las noches cuando soñamos sueños diferentes, siempre negativas de
futuros que no llegan. Y acto seguido me besaste, porque una vez traicionado el
pacto de silencio no había otra cosa que hacer que entregarse, y nos entregamos
y dormimos juntos para no despertar, al menos no hasta que la tinta se secase
en el tintero, por esa promesa de albergues de mujeres tristes que nos hicimos
sin saberlo. Y mi sueño terminó contigo a mi lado, pero al despertar no
estabas, Carlos, nunca lo has estado.
No comments:
Post a Comment