Thursday, July 12, 2012


Volví a soñar contigo. Íbamos en un coche, camino a casa de mi madre, y te perdías entre las calles de Tecamachalco, y te desesperabas, y golpeabas el volante y apretabas la quijada y te avergonzabas por no poderme llevar. Me mirabas buscando ayuda y yo no respondía, porque yo quería que te siguieras perdiendo, Carlos, para poder verte un minuto más. De pronto llegábamos al final de un camino, a lo alto de un parque. Yo te enseñaba la casa de Daniela Soberón abajo, entre los árboles, y tú soltabas el volante y gritabas con enojo, por la impotencia de no encontrar el modo de llegar y ante todo, de no encontrar respuesta en mí. Sólo aparente indiferencia... Quizás es un poco como nuestra relación, Carlos, tú siempre buscando la manera, como un demente, de que funcionase, de que llegásemos a algún lugar. Y no te importaba a dónde, siempre que llegáramos. Y a mí nunca me importó llegar. Yo te miraba buscar desesperado las calles, y me reía para mis adentros. Y entonces, en lo alto de esa colina, en un gesto despistado, tomé entre mis dedos un mechón de tu pelo, y jugué con él. Bajaste la mirada, y entonces me di cuenta de que no estábamos juntos. Alejé la mano y me disculpé. Porque entre nosotros un gesto así puede romper todo el equilibrio que hemos construido estos meses de separación. Cayó sobre nosotros un silencio, y me sentí culpable, Carlos, porque entiendo que no tengo derecho de jugar con tu pelo despreocupadamente como hacía Edmond Dantes con el suyo, porque tocarte es peligroso para ambos y para ese día en que subas a un edificio en construcción y me digas sin palabras lo que los dos sabemos. Porque es faltarle al respeto a ese entendimiento mutuo. En mi sueño tomó un instante cruzar el límite de la obviedad que cuelga entre nosotros como un ahorcado y nos despierta por las noches cuando soñamos sueños diferentes, siempre negativas de futuros que no llegan. Y acto seguido me besaste, porque una vez traicionado el pacto de silencio no había otra cosa que hacer que entregarse, y nos entregamos y dormimos juntos para no despertar, al menos no hasta que la tinta se secase en el tintero, por esa promesa de albergues de mujeres tristes que nos hicimos sin saberlo. Y mi sueño terminó contigo a mi lado, pero al despertar no estabas, Carlos, nunca lo has estado.

No comments:

Post a Comment