Flaco.
Ayer leía sobre el compromiso. Sobre comprometernos con lugares, con acciones, con creencias, con ideales, con la gente que nos rodea. Sobre la lealtad, y la fuerza que nace después de años de ésta. Ayer leía y pensaba en ti, y en la gente en mi vida que ha hecho una diferencia. La gente a la que me quiero mantener leal y comprometida a través de los años. Y pensé en ti. Y es evidente, Flaco, que no he podido lograr ese propósito. Desde el día en que te conocí hasta mi despedida, te fui leal. Tan honestamente como me fue posible y hasta el nivel más profundo al que puede llegar mi percepción, te fui fiel. Y es eso lo que terminó por obligarme a cortar el cordón umbilical que me unía a ti. Que Flaco, yo no puedo a medias, no podía. Me era imposible tener tu constante presencia azul silencio en mi vida y no serle fiel, lo entiendes? con cada fibra de mi cuerpo, con cada transparente pensamiento, con mis uñas y las plantas de mis pies y mi olor a mapa viejo y mis lagrimales secos y mi obsesiva metacognición; con las palabras que he escrito y las otras tantas que no he podido hablar, con mi tinta, con el océano mar de mi soledad. Te he sido fiel como a nadie más en mi vida. Y estaba cansada. Estoy cansada. No soporto tu existencia. Y el tiempo, abstinencia y soledad recomendados por Sabines se revelan con nuevos tintes. Flaco, voy a abstenerme de ti hasta que pueda mirarte a los ojos con indiferencia. Hoy miro tu fotografía y en mi pecho retumba un sordo sonido de roca craquelada, como dos placas tectónicas que se separan raspando una superficie contra otra, dejando marcas que se podrán reconocer setescientos millones de años más tarde por aquellos que las sepan leer; mirar mi esqueleto en descomposición y decir "puedo ver en esta mujer los rasguños de un payaso triste, puedo leer en sus huesos las huellas de una sonrisa amarillenta que baliaba contra el negro del cielo; puedo adivinar en su espina dorsal el peso que cargó durante años, de un amor añejo y envenenado, que la encorvó sin remedio. Después de mi muerte, se podrá leer sobre mi cuerpo tu firma, y es un sentimiento desesperanzador, Flaco, saber que nunca me podré deshacer de ti.
Durante meses, he evitado tu imagen y tu recuerdo, el sonido de tu voz y tu memoria. Hoy miro tu fotografía. me obligo a explorar tu cara y enfrentar tus ojos de lobo estepario. Y me prometo que lo seguiré haciendo hasta que te vuelvas un extraño, hasta que el mural sobre tu piel no sea más que un garabato sin sentido, hasta que el calor incandescente de tu cuerpo pase a través de mí como una neblina ligera, hasta que seas primero una incomodidad y después, eventualmente, nada. Ni una brisa en este desierto perpetuo, ni un murmullo. Nada. Voy a mirar tu fotografía hasta que desaparezca, hasta que la luz de mis ojos se coma lentamente la tinta y comience a descolorarse, hasta que el papel se quiebre y se convierta en polvo, y te vayas lejos, cargado por el viento, a un lugar al que yo no pueda llegar. No quiero odiarte, Flaco, no te mereces eso. Tampoco quiero que el espacio que ocupas en mí se quede vacío, pues incluso un vacío es algo. No quiero nada de ti. Quiero que ese espacio desaparezca y no deje rastro, como si nunca hubiese existido, como si nunca hubieses nacido. Un día, en un futuro, seré capaz de escuchar tu nombre y no reconocerlo. Sus sílabas no penetrarán mi mente, pues no tendrán ningún significado para mí, como un lenguaje extraño. Se deslizarán sobre mi cráneo sin tocarlo, y finalmente seré impermeable a ti. No te quiero olvidar, Flaco, porque olvidar implica que hubo una memoria antes. Quiero eliminar hasta el primer paso, borrar el tiempo, exiliarte a un lugar irrecuperable, fuera de mí.
Quiero todo esto, Flaco, porque los dos no cabemos en el mismo mundo, en un mundo en el que no te puedo ser fiel. Y si no puedo serlo, entonces tendré que crear mi propio mundo, uno en el que nunca hayas existido.
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