Tuesday, August 7, 2012


Carlos,
Acaban de ofrecerme la oportunidad de partir, una vez más, como tantas otras. Y he pasado estos últimos días debatiéndome entre hacerlo o no, porque a diferencia de esas otras veces, hoy me es difícil ser honesta conmigo misma acerca de mis razones para hacer o dejar de hacerlo. Siempre he partido en egoísmo, Carlos, eso lo sabes bien, y esta vez no sería diferente. Siempre he partido huyendo, pero nunca había sido de ti. Y ahora que estoy de vuelta en este lugar al que no pertenezco, la presencia de tu fantasma, de la posibilidad de ti disfrazada de ausencia, me está robando la cordura, el sueño, el habla, las fuerzas. Te me has colado debajo de la piel, y por más que intento escupir mi corazón no logro sacarte, aunque me arranque a pedazos cada centímetro de este lienzo que me cubre en el que ya estás, también tú, tatuado. Quizás siempre lo estuviste, Carlos, desde ese primer momento que ya se anunciaba como la crónica de la muerte del libro de García Márquez. Y es que no era inevitable, pero en esos momentos no había modo de predecir que estaba cavando mi propia tumba, la nuestra. Han pasado casi ocho años, y no te me has desprendido ni un momento desde entonces. Y me ha tomado tiempo llegar a este entendimiento, esta certidumbre que llevan cargando tantos a nuestro alrededor, guardando el testigo de nuestra ceguera, como El Pájaro Espino y ese secreto a voces que terminó por carcomerle el alma a una familia entera, porque no hemos sido lo suficientemente adultos para morirnos solos. Y es por eso que me quiero ir, porque aquí cada lugar es un recordatorio, cada persona que me  habla de ti sin hacerlo, estos eternos eufemismos escondidos en las bancas y en las calles y en los objetos que ocultan memorias vividas y por vivir. Volver a México es entrar en un panteón de nosotros y lo que no hemos sido, Carlos, protegiéndome contra la expectativa de ser apuñalada por tu sombra a cada instante. Y como Anais Nin, paso los días besando sombras de desconocidos que me dan la espalda, y mis besos se quedan anclados en ese gris efímero e indiferente, mis besos nunca tocan el suelo, nunca se materializan. Si estoy lejos puedo pretender que nada de esto existe, puedo caminar segura, sin miedo a emboscadas, como si hubieses muerto. Si parto mueres por un momento, y yo puedo comenzar a vivir de nuevo. Yo no tengo tus fuerzas, Carlos, soy mala pretendiendo, soy impaciente y caprichosa, no he aprendido a copiar tu disciplina por pereza y por orgullo, porque no necesito quemar mis naves, porque mi corazón no es tan fuerte ni tan grande como el tuyo. Yo tengo poco corazón, Carlos, pero el que tengo es frágil y es de una pieza, y no lo puedo someter a esos juegos que escribes tú con Ximena. A mí me faltan incertidumbres, me faltan ganas de equivocarme, de probar mis errores, mi humanidad. Tú y tu necedad por no discriminar, por ser flexible, esa maldita valentía tuya de intentarlo aunque sepas que vas a fallar. Yo soy Maquiavélica, no creo en esos cuentos de procesos que valen la pena. A mí me gustan los puertos de arribo y dice Jorge Amado que lleva mi embarcación pintado uno en el costado. A mí me gustan las anclas, me gusta ver que se hundan en la arena hasta asfixiarse, y no me atrevo a volver a levarlas, Carlos, soy demasiado débil e idealista. Y estar en México es un navegar a la deriva, a dos metros del muelle, sin poder bajar jamás a tierra, y entonces prefiero el mar abierto, no llegar nunca, vagar hasta que sea el momento, siempre a una distancia segura de la costa. Carlos, yo no quiero costas extranjeras, y me tomó tiempo, tanto tiempo y dolor entenderlo. Y ahora hay dentro de mí una paz cansada pero lúcida, dispuesta a cargar esto en silencio como lo hizo Roark, con un dejo de alivio, cuando se tiraba en el césped a mirar el cielo y Wayne no podía entender de dónde salía esa tranquilidad, imagínalo, Carlos, recuérdalo. Y Dominique entendía, es claro, pero tú, ¿lo entiendes? Y es por eso que debo partir, porque sólo en tu ausencia puedo vivir tranquila.

No comments:

Post a Comment